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Como reaccionamos ante los errores de l@s niñ@s



Ser conscientes de cómo reaccionamos ante los errores de l@s niñ@s es mucho más importante de lo que pensamos. Padres, madres, docentes o acompañantes…somos modelos para las criaturas. Del tratamiento que le demos a sus fallos dependerá cómo reciba el error, cómo pueda llegar a afectar a su autoestima, cómo se hable a sí mismo cuándo los cometa, su grado de dependencia del otr@, etc.

Lejos de ponernos nerviosos ante tal responsabilidad, pero conscientes de querer responder de la mejor manera posible, reflexionaremos en este artículo sobre algunas cuestiones importantes al respecto.

El primer paso de todos es ser conscientes de cómo reaccionamos ante nuestros propios errores. ¿Qué nos decimos a nosotros mism@s cuándo nos equivocamos?.  Pues si escuchamos de cerca nuestros diálogos internos (y a veces externos), nos sorprenderemos. No creo que nadie pueda negar que más de una vez se haya dicho a sí mismo algo como ¡ay qué tont@! o ¡ala qué imbécil he sido! cuando se ha equivocado en algo que sabía y en lo que no esperaba fracasar.

Decirle al niñ@ que se ha equivocado, que no debe hacerlo de esa manera (que para él/ella puede ser muy válida porque responde a un razonamiento que ha llevado a cabo y que puede ser muy) no trae más que consecuencias negativas. La criatura no es consciente de que se haya equivocado, ha sido una persona externa la que ha detectado su error. Eso provoca una cierta dependencia del otr@, cuando en realidad no es tal, ya que el propio niño o niña podría perfectamente haber corregido su tarea.

Además, la mayoría de las veces no solemos ser muy respetuosos haciendo visible el error. Frecuentemente no lo somos con los adultos, ya que parece que detectar los errores de los demás nos da la falsa sensación de ser superiores. Nuestro ego se alimenta de eso, pero solo los más humildes son capaces de ver que TODOS NOS EQUIVOCAMOS.

No olvidemos que, tanto para las criaturas como para nosotr@s mism@s y el resto de l@s adult@s, EL ERROR FORMA PARTE DEL PROCESO DE APRENDIZAJE. Y no dejamos de aprender a lo largo de toda nuestra vida.

Nos parece acertado incluir a continuación, para profundizar desde la perspectiva respetuosa, una adaptación del capítulo “El error y su control” del libro “La mente absorbente del niño” de María Montessori. Este texto ilustra perfectamente lo que existe más allá de un aparente insignificante error:


En los ambientes donde se practica de una u otra manera el método y filosofía Montessori hay una relación muy concreta entre el adult@ y el niñ@. Una de las cosas que el adult@ no debe hacer es interferir para alabar, castigar o corregir errores.
A simple vista, puede verse como algo indispensable para que el niñ@ pueda progresar y es muy utilizado en la educación tradicional, donde parece que solo hay dos direcciones: dar premios o dar castigos. Sin embargo, si un niñ@ recibe premios y castigos (se puede premiar o castigar con objetos, acciones o palabras), significa que no tiene la energía para guiarse y en su defecto se remite a la continua dirección del adult@. Los premios y los castigos anulan y ofenden a la espontaneidad del espíritu del niñ@, por ello son impensables en entornos donde se quiera defender y hacer posible la espontaneidad.
Todas las anotaciones en los cuadernos y las observaciones del adult@ producen una reducción de la energía y del interés. Solo la experiencia y el ejercicio corrigen los errores, y la adquisición de las distintas capacidades requiere un largo ejercicio. La corrección y la perfección dependen de que el niñ@ pueda ejercitarse a voluntad durante un tiempo.

En la vida, debe entrar el principio de que no solo es importante el error, sino el control individual del mismo, para saber si he trabajado bien o mal. En los entornos educativos tradicionales, un alumn@ se equivoca sin saberlo, inconscientemente y con indiferencia, porque no es él/ella quien debe corregir sus propios errores, sino el adult@. ¡Qué lejos está esto del campo de la libertad!: si no tengo la habilidad para controlar mis propios errores, tengo que dirigirme a alguien que lo sepa hacer mejor que yo. No saber controlar algo sin tener que recurrir a la ayuda ajena vuelve indeciso el carácter, surge un sentimiento de inferioridad y una falta de confianza en sí mism@..

Por ello, es preciso tener la posibilidad de controlar el error. Para su control, es necesario tener  libertad  y los medios adecuados para decirnos a nosotr@s mism@s si nos hemos equivocado y cuándo.

Observemos a un niñ@ que haya sido educado de este modo. Hará ejercicios de matemáticas, pero siempre tendrá la posibilidad de comprobar las operaciones y se acostumbrará a controlar él/ella mism@ su propio trabajo. Este control es más atractivo que el ejercicio mismo. Lo mismo vale para la lectura. El gran placer del niñ@ consiste en la verificación de si se ha equivocado o no.


Adaptación del capítulo “El error y su control” (La mente absorbente, María Montessori). 

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