Quedan pocos días para que comiencen las fiestas navideñas. A pesar del ambiente tan distinto que vamos a vivir este año, poco a poco nos vamos acercando a este periodo de tiempo. Estos momentos nos recuerdan que otro año está a punto de terminar y la gran importancia de las personas que nos rodean.
Los niños y las niñas empiezan a percibir lo especial de estas fechas y se les nota más nervios@s. Saben que en pocos días podrán disfrutar de nuevos juguetes, regalos y sorpresas.
En estos momentos del año siempre suelo pensar por qué decimos a las criaturas que existe un tal Papá Noel o unos Reyes Magos que les traerán regalos solo si se portan bien. Desde siempre, a mí me ha parecido una auténtica mentira, un engaño, y siempre me ha costado mucho formar parte de ella, apoyándola o manteniéndola, especialmente con mis prim@s cuando eran más pequeñ@s.
Con el tiempo, y coincidiendo con mi formación pedagógica, ese sentimiento no ha hecho otra cosa que crecer y crecer. Cada vez me parece más una aberración, una total y absoluta mentira que viene de las personas en las que más confiamos, personas que defienden que mentir no está bien (y así se lo decimos a l@s peques). Es entonces cuando me empiezo a preguntar cuáles pueden llegar a ser las consecuencias de este gesto, es decir, qué pueden llegar a pensar l@s niñ@s cuándo descubren (muchas veces porque terceras personas se lo cuentan) que le han estado mintiendo año tras año.
Yo nunca pude experimentar ese momento de descubrir tal engaño porque mi padre y mi madre decidieron que no iban a seguir esa mentira conmigo ni con mi hermana. Por ello, me ha intrigado mucho desde siempre preguntar a amig@s y familares cómo vivieron ese momento. La gran mayoría siempre me ha transmitido que no lo vivieron mal, que se terminó la magia y listo, incluso en algunos casos no son conscientes de cómo fue ese momento, aunque he de decir que sé de algunos casos en los que lo recuerdan como una mala experiencia, con enfado.
Por un lado, supongo que el paso del tiempo hace que tomemos otra perspectiva del asunto y que puede resultar muy difícil ponerse en la piel del niñ@ y saber qué está sintiendo en ese momento. Pero por otro, un engaño no deja de ser un engaño, y el engañad@ suele sentirse bastante mal, sobre todo si descubres el engaño por otra persona que te lo cuenta.
Sueño con un momento en el que dejemos de llevarnos por lo social, por la masa, y tomemos consciencia también de ésto y de cuánto daño se puede hacer a l@s niñ@s con ésta y otras conductas.
Por último, quiero contar mi experiencia como niña que nunca ha creído en los Reyes Magos ni Papá Noel. Yo iba con mi familia a comprar los regalos a donde realmente los compraban tod@s: la juguetería, el hipermercado o la tienda de barrio. Después, los envolvían y cuando llegaba el gran día sabía perfectamente lo que iba a encontrarme. Recuerdo que en una ocasión pedí algo que era muy caro para la economía familiar, mis padres me decían una y otra vez que no podían pagarlo, y yo no paraba de pedirlo porque me había encantado. Llegó el gran día y, sin yo saberlo, allí estaba mi gran regalo. Sentí la alegría de la gran sorpresa, era algo que había deseado muchísimo, pero además supe perfectamente que mis padres habían hecho un verdadero esfuerzo por adquirirlo. Todos los años nos llevábamos sorpresas como esa, era eso lo que nos mantenía la ilusión despierta. Ya de más adulta, recuerdo estas fechas con mucho cariño, me recuerdan una y otra vez que mis padres no quisieron mentirme en nada, ni siquiera en lo que lo hacía una gran mayoría.
¡Feliz Navidad!